Hay un lugar en Chile donde sueño y realidad se mezclan. Ese lugar es desconocido por mucha gente pero tiene nombre y se llama Caleta Tortel.
El río más caudaloso de Chile se abre paso entre dos enormes bloques continentales de hielo, el Campo de Hielo Norte y el Campo de Hielo Sur, ambos de varios cientos de kilómetros de longitud y donde el hombre aún no ha osado instalarse. Entre los hielos y el silencio comienza la andadura del Baker. Las aguas azul turquesa de sus inicios hacen dudar al viajero de si realmente se halla en el extremo sur del planeta o en una isla del Caribe.
Poco a poco al Baker se le unen otros ríos que van cambiando el color de sus aguas hacia otro lechoso y opaco. Cuando se acerca al océano, el Baker se abre en numerosos brazos que rodean los bosques de la conífera más austral del mundo. Es el reino del ciprés de las Guaitecas. Aquí, entre las aguas del Baker y los terrenos pantanosos de su desembocadura, ahí donde se acaba lo posible y empieza el espacio vedado a los hombres, decidieron instalarse hace más de cien años los pioneros que además de llegar más allá, acaso quisieron demostrar que nada es imposible para el espíritu humano.
Los primeros colonos se establecieron para extraer la madera de ciprés que serviría para los postes de las enormes estancias ganaderas que surgían en Magallanes. Fue ahí donde, pese a las paredes verticales, los terrenos anegados y el frío y lluvia permanentes, los habitantes del puerto Bajo Pisagua primero y Caleta Tortel después construyeron una comunidad con espacios y reglas propios. Por ejemplo, el visitante no encontrará en el pueblo nada con ruedas: ni vehículos, ni bicicletas, ni carretillas, ni monopatines.
Caleta Tortel se conecta entre sí a través de pasarelas de madera de ciprés que hacen posible ir de una casa a otra y de éstas a la plaza, la biblioteca o el consultorio médico. Las pasarelas se hicieron para superar el terreno inestable, escarpado y permanentemente anegado que rodea la desembocadura del Baker. De este modo, el hombre no ha alterado nada del paisaje original del delta. No hay ninguna excavación ni modificación del perfil de la montaña, porque la humanidad se ha asentado aquí, como pidiendo permiso a la naturaleza para morar con ella. Los casi diez kilómetros de pasarelas escalan paredes de bosque, sortean las aguas del río y se abren en recoletas plazas, también de madera de ciprés, que embriagan con su aromático aroma a quien decide descansar en ellas. Agua y tierra se confunden y por eso las embarcaciones, sean del tamaño que sean, son el medio de transporte mayoritario.
Hoy, como en sus inicios, el pueblo se sustenta con la extracción de madera de los bosques cercanos. No hay nada más. Todo lo necesario para la vida viene de lejos.
El viajero que llega a Caleta Tortel puede alquilar una embarcación que lo lleve a los glaciares cercanos Steffen y Montt, después de varias horas de navegación atravesando los numerosos fiordos de la desembocadura del Baker. Puede visitar, también por mar, la Isla de los Muertos, donde podrá conocer la dramática historia de las ciento veinte tumbas que hay en esta isla y que pertenecen a otros tantos trabajadores de la Sociedad Explotadora del Baker, empresa que fundó el primer asentamiento de puerto Bajo Pisagua, que murieron de escorbuto en 1906. Pero de lo que sin duda disfrutará más el viajero será de dejarse llevar sin rumbo fijo por las numerosas pasarelas y deleitarse con las vistas desde cualquiera de ellas. De poder disfrutar de un paisaje superlativo, inalterado por el hombre, y de conocer un lugar único, completamente diferente al resto, en el fin del mundo.