Azores, nueve islas, nueve mundos por descubrir

Son nueve lugares de aventura, nueve sorpresas para encantar, nueve paraísos en medio del Atlántico. Cada isla de las Azores es un mundo mágico de paisajes y gentes.

Visitar las Azores es reencontrarse con aquel paraíso original en el que el hombre y la Naturaleza iban de la mano.

São Miguel: isla de lagunas volcánicas

Es la mayor de las nueve islas de las Azores y no hay mejor forma para conocerla y apreciar su naturaleza única que a través de un recorrido a pie, por ejemplo, subiendo por caminos de montaña a uno de los puntos más altos, a 800 metros de altitud. Igual de sorprendentes son las vistas del Vale das Furnas, en la parte este de la isla, un lozano jardín en el fondo de un amplio cráter por donde corren riachuelos de agua caliente.

En su interior está el idílico parque Terra Nostra. En el centro de la isla, la Reserva Natural de Lagoa do Fogo es otro de los paisajes más impresionantes de las Azores, con un agua que va del azul añil al verde turquesa. Pero, sin duda, las vistas más impresionantes son las de Lagoa das Sete Cidades, al noroeste. Se trata de un paraje de singular importancia geológica, ecológica, hidrológica y paisajística donde la naturaleza contrasta con las casas blancas de la aldea que nació dentro de la antigua caldera. El descenso por la cuesta es todo un desafío, pero tiene como recompensa una zambullida en las tentadoras aguas de Playa de Lombo Gordo.

                   

El corazón turístico de todo São Migueles Ponta Delgada, una ciudad dinámica y cosmopolita, con una animada vida económica y cultural. Un lugar donde museos, monumentos, calles con historia, conventos, iglesias y ermitas se mezclan con hoteles, restaurantes y tiendas. Aquí las célebres Puertas Barrocas se codean con iglesias, el Museo Carlos Machado, bonitos Palacios o el Convento y Capilla de la Esperanza, con el Tesoro del venerado Señor Santo Cristo. Le siguen  en importancia las ciudades de Ribeira Grande, en la costa norte, otro pequeño tesoro que bien merece un paseo para disfrutar de sus casas solariegas, símbolo de la prosperidad pasada y ejemplo de la arquitectura de la isla en los siglos XVII y XVIII, y Vila Franca do Campo.

En el apartado gastronómico nos ha llamado la atención el apreciado “cocido das furnas”, en el que los recipientes, herméticamente cerrados, son enterrados para cocinar los alimentos con el calor que mantiene la tierra en esta parte de la isla. Por cierto, ¿sabías que las únicas plantaciones de piñas y té de Europa también están aquí?

Santa María: las playas más bellas

Su paisaje bucólico, el ritmo plácido de la vida campestre, los agradables paseos entre hayas, las esbeltas chimeneas blancas, la estampa que ofrece la gran concha en escalones de la Bahía de São Lourenço, la historia de las villas que vieron llegar a Colón de su primer viaje a América… todos ellos son encantos de esta simpática isla caldeada por el sol y todos la convierten en el destino perfecto para quienes buscan unas vacaciones tranquilas y revitalizantes.

Santa María, la isla más sureña del archipiélago, fue la primera en ser descubierta y la primera en ser poblada. Su paisaje está sembrado de modestas granjas, playas de arenas doradas y pueblecitos encantadores pintados de azul y blanco. Entre todos ellos,»Vila do Porto» Vila do Porto, la capital, es el más importante. Fue el primer asentamiento en las Azores y en sus calles aún se pueden encontrar vestigios de casas antiguas con ventanas del «Siglo XV» siglo XV. Santo Espírito, Anjos y São Pedro también forman parte de un itinerario que nos descubre iglesias, conventos y fortalezas que recuerdan a tiempos pasados. Almagreira, al sur, también es un lugar muy agradable.

Al amparo de bahías profundas  y hermosas playas, las aguas de Santa María atraen a quienes disfrutan con actividades como el submarinismo o la pesca deportiva, y  desafían a  los que disfrutan descargando adrenalina con actividades como el surf, la vela, el windsurf o el parapente. En Vila do Porto son recomendables las playas de Baía da Maia, Baía de São Lourenço o Baía dos Anjos, pero sobre todas ellas destaca la  Playa Formosa, de ambiente familiar, muy agradable y con aguas calmadas y tranquilas.

No dejes de disfrutar de un buen pescado fresco y de los platos y dulces tradicionales. Y de regreso, no olvides llevarte una muestra de su artesanía y muchas “saudades”.

Pico: tradición ballenera

Llegar a Pico es llegar a un mundo levantado por balleneros, agricultores y pescadores, y eso se nota en las poblaciones que integran la isla, con casas construidas con bloques de lava negra que contrastan con las flores de los jardines y con los multicolores barcos de pesca que tranquilamente se mecen en los puertos. Pero si hay algo que podemos decir que destaca por encima de todo lo demás, eso es la montaña de Pico, el punto más alto de Portugal (2.351 m) y símbolo del paisaje volcánico de la isla, además de uno de los mayores volcanes activos del Atlántico.

                                     

Los amantes del montañismo podrán poner a prueba sus piernas en la subida a la cima, desde donde la altura regala una estupenda vista de las otras cuatro islas del grupo central del archipiélago. Entre los pueblos encontramos algunos como Calheta de Nesquim, São João, São Mateus y Ribeirinha, con calles que van a desembocar al mar y casas que se confunden con las viñas. En todos hay iglesias que merece la pena visitar. En otros, como Lajes y Madalena, el tiempo ha dejado testimonios de arte e historia, igual que en São Roque, que presenta signos de su antigüedad en vestigios como su patrimonio religioso y en interesantes casas de características muy propias. Su Museo de la Industria Ballenera también es de obligada visita.

                                      

Considerado internacionalmente uno de los mejores museos industriales de su género, exhibe calderas, hornos, maquinaria y otros utensilios usados en el aprovechamiento y transformación de los cetáceos en aceite y harina. Una parada interesante para descubrir más sobre los usos antiguos ligados a una actividad ya desaparecida.

Y para quienes lleguen hasta la isla en busca de unas vacaciones activas, Pico depara sorpresas en tierra y en mar: paseos en velero, relajantes baños en piscinas naturales formadas por rocas volcánicas, pesca de escollera, senderismo, escalada…

Terceira: historia y monumentos

En esta isla el presente se junta con el pasado, un pasado lejano en el que los galeones cargados de especias de Oriente y oro y plata de América anclaban en el puerto, y otro más cercano que nos embarga cuando paseamos por calles rectilíneas que nos llevan al ambiente de los siglos XVI y XVII.

                                         

Por  su centro histórico renacentista, por sus calles, que conservan la arquitectura de otros tiempos, por sus iglesias, palacios y museos, por las poderosas murallas de su fortaleza… por todo ello, Angra do Heroísmo, la capital, es Patrimonio de la Humanidad. En ella merecen atención bonitas casas de arquitectura tradicional, la Catedral, la Iglesia manierista de Nuestra Señora da Guía y el anexo Museo de Angra, así como el Palacio de los Capitanes Generales.

Pero Terceira esconde mucho más. Vale la pena conocer el centro histórico de Praia da Vitória, la iglesia gótica de São Sebastião, las casas solariegas y las iglesias y capillas de São Carlos, Fontinha, São Bras y Lages. Sus dos marinas ponen el aire cosmopolita que le confieren los miles de navegantes que cruzan el Atlántico. Y entre tanta historia y monumentos abundan los paisajes verdes que invitan a pasear, sierras y campos en flor.

                                         

Otro rasgo propio de la isla es su continuo ambiente festivo de mayo a septiembre, meses en los que se sucede un festival permanente de tradiciones seculares. Son significativas las Fiestas del Espírito Santo y su ceremonia de la coronación del “imperador”, y las Fiestas Sanjoaninas, con su interesante cortejo etnográfico. Y como en toda celebración que se precie no puede faltar la comida, la cocina tradicional también desempeña un papel importante, sobre todo el vino de Biscoitos, al que se ha dedicado un pintoresco museo.

                                          

São Jorge: para disfrutar de la naturaleza

Un inmenso verde que cubre valles y montes, acantilados que se hunden en el mar y grandes espacios en los que sólo se oye el canto de las aves. Eso es São Jorge, una isla formada por una estrecha montaña cuya costa norte cae en picado sobre el mar y que seguro fue creada para disfrutar en contacto directo e íntimo con la naturaleza. ¿Cómo? A través de los muchos senderos que recorren la isla, como el que sube hasta Sierra del Topo o el que desciende hasta Fajã de Santo Cristo, o paseando por los muchos caminos que todavía son transitados por los agricultores. Podrás disfrutar del bucólico paisaje verde salpicado por el blanco de las poblaciones que forman la isla y entusiasmarte con aquellas que se alinean en la costa o en lo alto de los acantilados.

                                            

Es en ese variado paisaje donde se encuentra la fascinación de la Isla, sobre todo para los que gustan de caminar, extasiarse con los escenarios de barrancos de centenares de metros que desaparecen en el mar, las formas geométricas de los cónicos volcanes dormidos y el colorido de las flores silvestres.  Un poco al norte de la pintoresca feligresía de Topo se encuentra un islote verde donde pasta el ganado, trasladado desde la isla en barco. Y en el extremo oeste de la isla se encuentra el islote de Rosais, roca inhóspita poblada sólo por aves marinas. Y no hay que perderse los puentes y arcos naturales creados por la fuerza del mar al chocar contra la dura lava que conforma el litoral de la isla. Los más interesantes están en Velas y en Fajã de Santo Amaro. También vale la pena descubrir la Furna das Pombas, en Urzelina, y la Fajã da Caldeira de Santo Cristo.

                                            

Faial: la marina más colorida

Es conocida como “la isla azul” por la gran cantidad de hortensias que alborotan sus campos en su camino hasta el mar, y quizá sea precisamente la alegría de ese colorido lo que la convierte también en una de las más bonitas.

                                          

La capital, Horta, es famosa por su animación y es el mejor lugar para escuchar historias de marineros gracias a su Marina, conocida por navegantes de todo el mundo que atraviesan el Atlántico y paran aquí para descansar. Inaugurada en 1986, tiene capacidad para 300 embarcaciones y es actualmente la cuarta marina oceánica más visitada del mundo, además del puerto deportivo más codiciado de Portugal. También es conocida por las pinturas de su muelle, fruto del ingenio y de la imaginación de muchos «lobos de mar» que han querido dejar un recuerdo. Según la leyenda, quien desafíe la tradición y no deje huella de su paso encontrará malos vientos en el mar.

                                           

Aprovecha para conocer más de la antigua tradición ballenera de la zona visitando el Museo de Scrimshaw o sal en coche a descubrir la isla. Entre los parajes más impactantes están el paisaje “lunar” del volcán de los Capelinhos, en el extremo occidental de la Isla, y el magnífico escenario de la Caldera, que contrasta con la exuberante vegetación del resto de la isla. Otra opción es relajarte y aprovechar la playa de Porto Pim, bucear en las aguas cristalinas que rodean la isla o dar un paseo en «gaviota» por las tranquilas aguas de la bahía para grabar en tu mente la imagen de Faial visto desde el mar. La observación de delfines y ballenas que pasan frente a las costas de la isla es algo que no debes  perderte.

Graciosa: rural y tranquila

Campos de viña entre muros de piedra negra, molinos que recortan el azul del cielo y la tranquilidad de una vida que acompaña el ritmo de las estaciones es lo que conforma el universo de esta pequeña isla, donde las vacaciones discurren entre el ascenso a montes redondeados, vegetación frondosa, profundas bahías y pequeños islotes que invitan a soñar.

                                           

Aunque Vila da Praia es su lugar emblemático, Santa Cruz da Graciosa es la ciudad más importante, y donde se concentra el 80% de la población. Hay que visitar las bellas iglesias de estilo manuelino de Santo Cristo y Cruz de Barra, del siglo XVI y XVIII, y su Museo Etnográfico, con una variadísima colección de juguetes, cofres, útiles de cocina, prensas de vino, mobiliario y recuerdos traídos por los emigrantes que fueron a América del Norte. También vale la pena visitar Guadalupe con su iglesia barroca, y los molinos de viento de Luz y Praia, así como el  Faro de Carapacho y el Pico de la Caldeira.

                                         

Para quienes disfrutan con baños y horas de sol, hay dos pequeñas playas de arena suave en Praia y una piscina natural formada por rocas volcánicas en Carapacho, conocido por sus manantiales termales, especialmente indicados para las enfermedades de la piel y los huesos. Y para los amantes del mar que prefieran pasar sus días de vacaciones disfrutando de deportes náuticos, tanto Praia como Santa Cruz da Graciosa ofrecen buenas condiciones naturales para la práctica de la vela, el windsurf y el esquí acuático. Sin embargo, es en el fondo del mar donde se encuentra el mayor atractivo de la isla. Sus aguas transparentes esconden grutas y rocas de extrañas formas y variados colores, cubiertas de algas y moluscos. Y la riqueza de los peces, de todos los tamaños, entusiasma a los que practican el submarinismo, que se sienten inmersos en un universo de brillantes bancos de peces. Todo el litoral ofrece excelentes condiciones para el buceo y otros deportes náuticos, una magnífica razón para visitar la isla.

                                          

Corvo: paraíso en miniatura

Sus reducidos 17 km2  la convierten en la isla más pequeña de las Azores, un reducto salvaje donde no hay apartamentos, ni hoteles, ni grandes centros comerciales, ni restaurantes… sólo sus escasos habitantes (unos 500), uno mismo y los cormoranes y cuervos que la dan nombre. Y eso es suficiente para atraernos hasta ella.

                                        

Pocas horas bastan para  recorrer las angostas calles empedradas de su  capital y única localidad, Vila Nova do Corvo, dibujada por un grupito de casitas blancas que se precipitan al mar. Entre ellas se cobija la sencilla iglesia de Nossa Senhora dos Milagres, cuyo interior alberga una imagen flamenca del s. XVI. En el resto de la isla hay que ver sus famosos molinos de viento reconvertidos en Museo Etnográfico, el Pico de João de Moura, el Faro de la Ponta da Carneira, el Morro dos Homens –el punto más alto de la isla, antaño cobijo para protegerse de corsarios– y los acantilados de la Ponta Norte. Y, por supuesto, hay que subir a Monte Gordo para admirar las dos lagunas recortadas por islotes (nueve concretamente, el mismo número que el de las islas Azores) en el fondo del Caldeirão, el cráter de 3,5 km de circunferencia que domina el norte de la isla.

                                       

El hecho de que durante años este rincón de las Azores haya sido el lugar más aislado de Portugal es precisamente lo que hace que hoy tenga tanto encanto. Para sus gentes, amistosas y hospitalarias, la llegada de visitantes es un regalo que interrumpe la monotonía del día a día, por eso no debe extrañarnos que nos permitan participar en sus quehaceres. Podemos acompañar al molinero, ver partir los barcos de pesca, asistir al plácido ritmo de los trabajos agrícolas y de pastoreo… actividades relacionadas con las labores del mar y de la tierra.

                                      

Flores: arco iris de color

¿Te has fijado bien en su nombre? Nada más poner un pie en la isla te darás cuenta de que está plenamente justificado por la gran cantidad de flores (sobre todo hortensias) y plantas que crecen en esta isla, una de las más bonitas y coloridas. La razón es que tiene el doble de lluvia y mucho más viento que sus compañeras de archipiélago, factores que hacen que sea la más “verde” de todas las islas y que ofrezca maravillosos y numerosos arco iris. Seguro que ésta será una de las razones por las que querrás visitarla y admirar con tus propios ojos su belleza.

                                     

En todo el territorio se puede disfrutar de naturaleza primitiva en estado salvaje, con picos y colinas que descienden hacia la costa, lagos de aguas azules, decenas de pequeñas y cristalinas cascadas que saltan desde lo alto de las laderas en dirección al mar y caudalosos arroyos cuyo murmullo fresco y musical envuelve la isla. Ese bucolismo hace de Flores una de las islas más atractivas y exuberantes de las Azores.

                                      

Son dos las localidades en las que se concentra la mayoría de la población, así que ambas son parada obligatoria. Santa Cruz das Flores, la capital, está situada en la parte central de la costa este y entre sus atractivos están el Museo Etnográfico, las casas solariegas y las iglesias de Sâo Bonaventura y Nossa Señora da Conceiçao. Al sur está Lajes das Flores. También son puntos de interés el Morro alto, el punto más elevado de la isla, la Baia de Alagoa, con sus islotes y arrecifes, la cascada de Ribeira Grande, la gruta dos Enxaréus y los siete lagos de Lagoas, rodeados de flores, así como las pintorescas localidades de Fajãzinha y Fazenda das Lajes.

                                       

Aunque no es una isla de playas es un lugar perfecto para disfrutar de paseos y hacer senderismo por un  interior prácticamente deshabitado, con valles, laderas, picos y arroyos como compañeros de ruta.

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