Sin duda el Festival Gerewol, que tiene lugar en Níger, es una de las celebraciones más curiosas de todo África. A finales de septiembre, coincidiendo con el fin de la temporada de lluvias, los bororo, también conocidos como los wodaabe, antes de empezar su trashumancia en busca de los ansiados pastos fértiles, tan escasos en esas latitudes cercanas al Sáhara, se reúnen en torno a una fiesta que sirve, principalmente, para arreglar matrimonios y propiciar pactos entre los diferentes clanes.
Texto y fotos:
Asier Reino (asierreino.es)
Pero una de las cosas que hace que este encuentro sea verdaderamente especial es que, al contrario de lo que sucede en la mayoría de las celebraciones africanas de este estilo, y en las de la gran mayoría del planeta, aquí son los hombres los que se arreglan, maquillan y decoran para intentar seducir a las mujeres. De hecho, a los bororo, ya desde niños, se les marca con cicatrices decorativas en la cara, sobre todo en la nariz y la frente, para prepararles de cara al futuro que les espera. Incluso, en algunos casos, se les altera la forma de pies y cabeza para hacerlos más bellos, según sus cánones. Y es que durante el Gerewol, la fiesta grande de los bororo, los protagonistas son ellos, los jóvenes varones. Y ellas las que eligen pieza en un curioso mercado de la carne que, por una vez, intercambia los roles entre géneros.
Dentro de su cultura, la exaltación de la belleza y su reconocimiento es una parte fundamental de sus rituales. Para los bororo, el hombre perfecto debe ser alto, delgado y con los músculos bien definidos. Además, debe vestir con estilo y bailar bien. Y es durante el Gerewol donde debe demostrar todo esto, para que la mujer que desea, le pueda elegir.
Los bororo viven por y para la belleza. Son un pueblo nómada orgulloso que se encuentra disperso en todo el sur del Sahara, en el Sahel, en África del Oeste. Rara vez se casan fuera de su propio grupo étnico, un rasgo que les ha permitido mantener una identidad cultural y genética de bastante pureza. El pueblo bororo, un subgrupo de los fulani, es considerado jocosamente en círculos antropológicos como el verdadero inventor de los concursos de belleza. Ellos, a si mismos, además, se consideran la gente más hermosa del mundo.
Los fulani, pastores y comerciantes nómadas ubicados en el Sahel, donde junto con los haussa conforman la mayoría de la población, estuvieron entre los primeros grupos africanos que abrazaron el Islam. También llamados fula, peul o fulbe, son el pueblo nómada más grande del mundo, y su origen es desconocido. Su idioma es el fula, o pular, y pese a ser clasificados en el complejo de pueblos sudaneses, no comparten demasiadas características físicas con éstos. Generalmente, su piel es color caoba claro, su complexión espigada, la nariz recta o aguileña, nunca achatada, los ojos almendrados y el pelo fino.
Hay muchas hipótesis acerca del origen de esta etnia. Debido a esas características físicas, y a sus manifestaciones artísticas, está claro que es un pueblo eminentemente mestizo. Muchos han planteado la hipótesis de que los fulani procedan de fuera del continente africano, situando su origen en el sur del Cáucaso o en la zona del actual Yemen. Otros, sin embargo, opinan que esta etnia es el resultado de un mestizaje entre pueblos sudaneses y nómadas del Sáhara.
Sea como fuere, los primeros datos acerca de los fulani se remontan al siglo IX, cuando vivían entre la curva del río Níger y la cuenca del Volta Negro. A principios del siglo XII, a causa de la presión islámica, religión que entonces rechazaban, se dispersaron por toda África Occidental. Hoy en día, la mayor parte de los que viven en Niger, llegaron a este país desde Nigeria, ya durante el periodo colonial.
Manteniendo su esencia nómada y pastoril, crían bueyes, vacas, cabras y ovejas, principalmente. Aunque tradicionalmente intercambiaban carne y leche por especias y frutas con otros pueblos, hoy en día los fulani comercializan a gran escala sus productos, los lácteos principalmente, llegando a exportar muchos de ellos a otros países africanos, lo que demuestra que tienen un sistema productivo muy eficiente, que ha servido de ejemplo incluso para algunas multinacionales occidentales.
El jefe de la familia decide el nivel de producción de leche y su destino, mientras que las mujeres deciden cuánta leche será destinada al autoconsumo, cuánta al ganado y cuánta se venderá, generalmente elaborada, ya que rara vez suelen venderla fresca.
Míticos y místicos por excelencia, antes de adoptar el islam, los fulani decían proceder de un paraíso llamado El País de Heli y Yoyo, unas tierras con abundantes recursos naturales y donde reinaba la fortuna y la vida. Es decir, algo muy similar al paraíso cristiano. Cuenta la leyenda que, con tanta abundancia, los habitantes del País de Heli y Yoyo se volvieron mezquinos, por lo que Gueno, el dios creador, se hartó de ellos, decidiendo así crear a Njeddo Dewal, la madre de todas las calamidades, que es el equivalente al demonio.
Y es que los peuls son muy religiosos pero poseen una religión sincrética. Creen vagamente en Alá como dios supremo, pero sus principales prácticas van dirigidas a los espíritus de la naturaleza y a los de sus ancestros. Dentro de ellos, los bororo o woodabe, término que signiifica “gente de los tabúes”, se llaman así porque se rigen por un estricto código moral y de comportamiento llamado Pulaake, en el que destacan valores como la discreción, la paciencia y la fortaleza.
Cuando escogen un lugar donde asentarse, los bororo lo primero que preparan son los cercados para el ganado. Luego, cada familia construye su suudu, una casita o carpa, en cuyo interior montan un gran camastro, que sirve para que duerma el hombre y una de sus esposas ya que, como el resto de los peul, son polígamos. Al lado, en unos camastros más pequeños, duermen los niños y las otras mujeres. A la derecha, sobre una mesa, colocan las calabazas de la esposa, que representan la riqueza de la mujer, ya que la del hombre se mide en función de las cabezas de ganado que posea.
Para ellos, la enfermedad y las desgracias tienen una trascendencia religiosa, de ahí la importancia de los curanderos que, con sus preparados y talismanes, son capaces de neutralizar los hechizos malignos. De hecho, la magia bororo es muy reconocida entre otras tribus africanas.
La ruta ideal que nos conducirá al Gerewol comienza en Agadez, a donde se puede volar desde Niamey, la capital de Niger. Encrucijada de caminos y antiguo refugio de caravanas, Agadez es hoy en día punto de partida para muchos africanos que buscan el paraíso europeo. Pero también es una ciudad acogedora y hermosa que, con su singular arquitectura y el abierto carácter de sus gentes, anima a ser disfrutada.
Muy cercana a ella, y pegada al famoso desierto del Teneré, se encuentra Ingall, una pequeña población asentada al lado de un oasis y rodeada de un desierto salino, que durante esos días de finales de septiembre rebosa actividad y gentío, por ser la sede del Cure Salée, la fiesta de todos los peul, antesala del Gerewol, que es únicamente de los bororo.
Tras un año de trashumancia, en el Cure Salée se reúnen anualmente los pastores nómadas peul, junto a pastores árabes y tuareg, para celebrar el final de las lluvias y el crecimiento de pastizales en el desierto. Es también el punto de partida de las caravanas de la sal que cruzarán el Sahara en busca de este mineral.
Durante esta festividad se realizan todos los ritos peul relacionados con el noviazgo, la elección de parejas y la celebración de matrimonios. Carreras de camellos, danzas, cantos, y todo evento que tenga que ver con la demostración de las destrezas de los jóvenes frente a las mujeres, marcan la apretada agenda de esos días en Ingall. Desde hace dos décadas, el gobierno de Níger apoya y promociona esta celebración y, curiosamente, aprovecha el festival para tratar temas con estos pastores nómadas ya que es el único momento del año en el que están localizables y reunidos. Y es que algunos clanes recorren más de mil kilómetros para llegar hasta aquí, desde tierras indómitas.
Al terminar el Cure Salée los peul woodabe, es decir los bororo, se encaminan hacia sus pastos, mas al sur, para celebrar su particular y exclusiva fiesta, el Gerewol, que se desarrolla cada año en un punto diferente del Sahel. Orgullosos y presumidos, no suelen tener inconveniente en ser acompañados hasta su celebración, en la que representantes de sus diferentes linajes se empeñarán en concretar matrimonios, bautizos y, sobre todo, en culminar con éxito y espectacularidad la famosa danza de la seducción, tras la que, además, se elegirá al hombre más bello del mundo.
En una primera fase se reúnen las familias woodabe de un mismo linaje para celebrar nacimientos, matrimonios y bautizar a loa niños, a quienes no se les da nombre al nacer, para que pasen inadvertidos ante el espíritu de la muerte que, según sus creencias, no puede detectar a los niños que no tienen nombre. Tras esto comienza el Garewol, la gran colorida danza en la que los hombres, la belleza y el encanto son los protagonistas.
Tras maquillarse profusamente resaltando rasgos como los dientes y los ojos, y vestirse con sus mejores galas, y un turbante blanco, los participantes, los hombres más bellos, ensayan su repertorio de muecas, movimiento de ojos, bizqueos e inflado de mejillas, con el que trataran de evidenciar su hermosura.
El primer día los hombres se pintan el rostro de amarillo, y se perfuman con una fragancia mágica que aumenta su atractivo. El maquillaje, que se lleva a cabo con pigmentos y arcilla, según ellos con propiedades mágicas, tiene como objetivo lograr una simetría perfecta, que resalte los ojos y la nariz, larga y afilada. Para ello, previamente, aplican a toda la cara una base amarilla. Luego se pintan labios y ojos de negro, para así resaltar el blanco de ojos y dientes. Después, y dependiendo del clan a que se pertenezca, se decora el resto de la cara con otros dibujos. Además, se suelen rapar la parte superior del pelo para así alargar sus frentes. Antes, sus hermanas les han arreglado el resto del cabello con complicadas trenzas y simetrías. Por último, se colocan un turbante rematado con una pluma de avestruz. Los jueces de esta especie de “concurso de belleza” masculino, son las mujeres de otro clan.
La prueba más importante son los bailes, llamados “yaake”, donde los jóvenes deben demostrar su presencia física, aplomo y sentido del ritmo, además de la particular belleza de sus rasgos faciales. Antes de comenzar el baile se suelen tomar una bebida con propiedades psicotrópicas, que les ayuda a realizar mejor su danza. Aquellos que superen esta prueba, volverán a bailar al día siguiente, pero ahora pintados de rojo.
Dispuestos en línea recta, hombro con hombro, desplegando todo su encanto durante dos horas, para que además de su belleza se mida también su fuerza y su destreza, los finalistas se exhiben de nuevo ante el jurado femenino. Ellas, eligen a su candidato mediante un sutil gesto, que pasa casi desapercibido para la multitud. A lo que el hombre responde con otro gesto que indicará la zona de arbustos concreta en la que se juntarán.
Se trata, por tanto, de un verdadero concurso de belleza masculino donde el jurado femenino elige y cata a los engalanados varones. Hombres maquillados, y dispuestos hombro con hombro, bailan hasta el amanecer tras tomar una pócima de leche con hierbas. Exhiben todas sus cualidades masculinas en una sutil danza donde prima la mímica y el frenético movimiento de los ojos. En la oscuridad de la noche destacan las blancas dentaduras en las embadurnadas caras con ocres y amarillos. En plena danza donde ellos dan chasquidos con los dientes, ellas los escrutan detenidamente.
Y todo esto en un país africano, Níger, que marcado profundamente por el río del mismo nombre, constituye un verdadero y apasionante mosaico de grupos étnicos, costumbres y culturas muy distintas.