‘Bajando al Infierno’, Las minas de sulfuro en el volcán Kawah Ijen

La isla de Java representa el centro político, cultural y económico de la joven República de Indonesia, un desmembrado archipiélago de más de trece mil islas y con la cuarta pblación mas grande del planeta. La mitad de esa población (Unos 110 millones de peronas) viven en Java. 

© Rafael Bastante – Canon EOS 400D DIGITAL – EF-S18-55mm f/3.5-5.6 (39mm, f14) – 1/160, ISO 200

Texto y fotos: Rafael Bastante (@rafabastantefoto)

Java es una isla muy fértil, con unas tierras ricas en nutrientes y muy productivas. Una larga cadena montañosa volcánica atraviesa la isla de este a oeste. De los ciento diez conos existentes, treinta y cinco mantienen una actividad pródiga; en este sentido los volcanes, además de su potencial destructor, también son una fuente de riqueza, proporcionando elementos muy propicios para la agricultura, principal sustento económico de la población, al igual que numerosos y lucrativos recursos.

© Rafael Bastante Canon EOS 400D DIGITAL – EF-S18-55mm f/3.5-5.6 (18mm, f7.1) – 1/200, ISO 800

Entre estos recursos se encuentra el azufre, muy utilizado en diversas aplicaciones como los tintes, los fósforos y la medicina, donde su uso tiene una gran relevancia. En Java numerosos hombres trabajan en las minas de azufre distribuidas en los distintos cráteres o lagos sulfurosos que existen en la isla. Estos mineros bajan a diario al infierno, al pie mismo de los cráteres, a recoger el azufre solidificado en grandes piedras amarillas para después cargar con él hasta alguna nave junto a la carretera. Desde ahí el azufre comenzará un largo viaje hasta las fábricas de procesamiento, donde una vez manufacturado, servirá como elemento esencial en la fabricación de numerosos productos.

El bello lago en el cráter es el más ácido del mundo. © Rafael Bastante

En Kawah Ijen, al este de Java, el mayor lago sulfuroso del mundo proporciona gran cantidad de este elemento. La jornada laboral comienza al amanecer, los trabajadores ascienden el camino durante una hora hasta llegar al anillo del cráter, que en caprichosas y frecuentes sacudidas desprende las espesas y pestilentes fumarolas de sulfuro, y que cargan el ambiente con su densidad.

© Rafael Bastante – Canon EOS 400D DIGITAL – EF-S18-55mm f/3.5-5.6 (30mm, f8) – 1/160, ISO 200

El guardia de un puesto de control nos pone en cautela, avisándonos del potencial peligro que conlleva exhalar los gases sulfurosos. Nos recomienda no bajar hasta el pie del lago si no disponemos de una máscara. Pero los mineros no llevan máscara; su única protección consiste en un trapo o una camiseta mojada con la que se tapan boca o nariz.

Bajando al Infierno
© Rafael Bastante

Pronto empezamos a ver a los que más han madrugado. Ya están casi al final de su primer viaje con el azufre a sus espaldas, cargado en dos cestas de mimbre unidas por una vara. Los más fuertes podrán hacer dos viajes de 80 kg cada uno, con lo que tendrán doble paga. Muchos van descalzos y sin camiseta, marcando unos músculos ganados a base de sufrimiento. Cobrarán el azufre a razón de unas rupias el kilo. Aunque parezca una miseria es una paga aceptable para este pobre país, pero el valor del azufre es mucho mayor y por supuesto no resulta equitativo viendo el precio en salud que pagan estos hombres.

Bajando al Infierno
© Rafael Bastante

Por el camino hay muchas cestas de mimbre aparcadas y mineros que descansan y me piden tabaco. Irónicamente les digo que el tabaco es malo para la salud; ellos pillan la ironía. A lo lejos vislumbramos otros dos volcanes mientras seguimos subiendo y vamos viendo pasar a mineros que bajan con la carga o suben ligeros a por ella. Un humo blanco y un fuerte olor a azufre nos avisa de la proximidad. El paisaje inerte resulta espectacular. Las grietas de lava solidificada se elevan formando el enorme cráter en el que descansa el lago sulfuroso, que cambia de color debido a las distintas reacciones químicas. Pero esta vez el paisaje no es el protagonista, los mineros le quitan la importancia.

Bajando al Infierno
© Rafael Bastante

Enseguida veo salir a uno de ellos a través de la cortina de humo, en el pasillo que pocos metros después bajará directamente hasta el infierno. Me dirijo hasta allí y pronto comienzo a notar los efectos de los gases. El viento ha cambiado de repente y ha movido una nube hasta mi posición; picor de ojos y garganta, mas una desagradable sensación de falta de oxígeno, son los principales síntomas. A la larga, tras continuas exposiciones, comenzarán los más graves; problemas respiratorios de todo tipo que, sin duda, padecerán la mayoría de estos trabajadores.

Bajando al Infierno
Transporte de las piedras hacia la báscula para su posterior peso. © Rafael Bastante

Desde una posición de privilegio veo salir del humo a algunos mineros renqueantes y mi sorpresa se torna en absoluta perplejidad cuando, en un momento de sosiego del volcán, la atmósfera se libera de gases y observo al pie de la mina las enormes pitas de azufre y unos hombres desmembrándolas con varas. El desnivel es brutal. La visión dura unos segundos ya que de nuevo una enorme fumarola surge sin avisar, cubriéndolo todo, incluyéndome a mí. Esta vez es mucho más espesa y me pongo a correr hasta salir de su influencia. Después me sentiré un poco ridículo al compararme con los trabajadores. De haberlo previsto me hubiese traído una máscara.

Algunos suben más fuertes que otros, que llegan al final de la cuesta tosiendo compulsivamente y dejando la carga en cualquier sitio para tomar una ansiada bocanada de aire limpio antes de continuar. Todos me sonríen y me piden un cigarro. Al cabo de un rato decido regresar. Mis intenciones de bajar al pie mismo de la mina se han oscurecido por el miedo. Un centenar de metros más abajo se pesará la carga en un chamizo, y la recompensa llegará al final del trayecto. Me voy del lugar sintiendo un gran respeto por estos hombres, al igual que un gran número de dudas muy sencillas, pero que me resultan primordiales, como ¿por qué no llevarán máscara? Es indudable que he aprendido una gran lección.

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